martes, 5 de enero de 2010

Retrato hablado de un cómplice

Cada nuevo día. Entre un recuerdo y otro, le llegaba a la mente la fruta incrustada en su espalda. No sabía ni el color, ni la forma. Fuerte y dulce, vagaba desde su omoplato izquierdo hacía todas direcciones: enredándose con marcas y lunares; flanqueando el contorno de cada hueso; dejando una rara estela que, poco a poco, se convertía en su nueva vestimenta, como si fuera una capa adicional de su cuerpo.
Al tiempo, un informe cristal se abría paso entre sus entrañas, buscando salida por las costillas o el pecho. No había manera para captar la idea en su totalidad ¿Qué significaba la fruta? ¿De dónde había salido?
Una herida sin lapso determinado. Estaba un dolor ligero en su memoria, pero no sabía si atribuirlo a la fruta. Grande o pequeña. Ya no era posible saber. Seguramente se hubiese desintegrado, y sólo quedase la sensación, profunda e insistente, que no se apartaba de ningún modo. Y el cristal continuaba buscando salidas; raspando las paredes con una flor de hielo.
Tal vez se limitara al fuerte ardor; al aroma que crecía, tanto en intensidad como en belleza; y a una especie de llama arrastrándose por todo el exterior del cuerpo. Explotando cada nervio. Deformando cada parte por donde movía su ambigua presencia, la cual, no cesaba de ondular, del más terrible y agotador de los pesos, hasta una levedad casi adorable.
Y, al fin, se vio cubierto, completamente, por el fuego y el aroma. Fue entonces que tuvo la última parte del cristal que venía creciendo en lo más desconocido de sí. La fantasía rompió su cáscara; le habló de la escena en el bosque; de la joven que apareció, luego de descubrir una estrella desmembrada, que reposaba en un basurero color sepia. Y algo dijo de unos ojos, por que los cristales realmente saben de eso. Unos ojos, sí.
Enfatizó en el encuentro del bosque. Le contó sobre el beso en la espalda. Lo narró con tal detalle y precisión, que no cabía ni media duda de que algo tuviese que ver.
Le mostró que la fruta provenía de dicho pasaje. Juntó ambas partes de la alusión, y saltó a la vista que no era otra cosa que una ausencia insoportable y cínica, que se mostraba en representaciones de los sueños en que ella aparecía a gritar su nombre bajo un manto azul.
Después, le hizo olvidar todo lo dicho, para que pudiera seguir soñando cada noche con ella, y despertar con la misma sensación en la espalda, hasta el día en que volviese a tenerla consigo para siempre. Como debe ser.
Así pasaba la ausencia. Recordando caricias; miradas; besos… Comparándolas con frutas y sombras, y nubes, y con todo lo posible. Mintiéndose para ocultar la tristeza que lo ahogaba por las noches, y lo hacía temblar junto al reflejo del mundo bajo la luna.
Repitiendo lo mismo cada nuevo sol; guardando todo en un cofre mental, que se abrirá sólo cuando el tiempo sepa que los pies se le están desmoronando; que hay una clase de amor que está fuera de sus manos. Llámese fruta, lejanía, o soledad, siempre se puede salir intacto.

2 comentarios:

Andrea dijo...

Me ha encantado tu prosa. Como dijo Treviño si mal no recuerdo: "La prosa sin poesía no es nada" (atreviéndome a parafrasear). Me ha encantado. Las figuras retóricas y las imágenes fueron tan sensitivas, tan reales y surreales a la vez. Los elementos esos tan sutiles que utilizas como la memoria, el tiempo, el peso, la levedad, el día, la noche, coexistieron de una forma maravillosa. Y qué decir de la fruta, aah me excité. Lo de los recuerdos a partir de sensaciones y el despliegue de toda la imagen a partir de una pequeña sensación o recuerdo, me recordó a Proust: los recuerdos, las sensaciones y los olores se recuerdan más que las imágenes. La utilización de los contrastes siempre me ha gustado en tus textos.
Lo de la mentira, el dolor, la mente: el cómplice y el final fueron contundentes: "siempre se puede salir intacto".
Qué te puedo decir, lo disfruté mucho. Estamos pendientes.
Me encantó esto.
Saludos.

Aniela Rod. dijo...

Pasa algo muy extraño.
Hace como una semana o dos (no sé, no tengo noción del tiempo), estaba acostada y me llegó un aroma a fruta, pero no supe encontrar el adjetivo preciso o la descripción que me llevara a encontrarla. Y exactamente, no sabía ni el color ni la forma. Tal vez el sabor, porque el olor y el sabor vienen casi de la mano, pero fue extraño.
Quise buscarle un por qué, y luego recordé el 7: "...ese olor a fruta madura". Quise asociarlo, pero me mató la curiosidad saber qué fruta estaba buscando. Y ahora vuelvo a recordar ese olor, esa sensación, y aún es momento que no sé de qué fruta pienso.
No sé si te dije, pero ahora que veo esto...no sé. Me estremezco. Es bien impactante, me proyecté demasiado. Es como si tú supieras interpretar todo esto que pensé aquel día. Y el beso en la espalda...bueno, otra analogía, parecida a la del mar. Entonces no sé, será que te amo demasiado, o será que es un sueño.
Y bueno, sobra decir que me encantó, verdad? Por que me encantó. A veces quisiera escribir tan bonito como tú. Exaltas, Gerardo.
Te amo.

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