domingo, 9 de agosto de 2009

A Leonora Carrington

Esa veloz inflamación del Dios que se derrama.
Descubro la violencia y el viaje de un tiempo,
caparazón de selva y cascada,
razón-canto de los efluvios que desde el ojo,
de las imágenes que desde la mente,
de lo que en cualquier sitio nace.

El antílope que deja de ser planeta
y no rehúye a la visión de su rostro,
fuera está la figura, de la simple anécdota del mar.
Quizá es luna,
un remanso embozado en vientos:
reflejo de algo que no tiene nombre ni flor.

Desgarro la idea de un sentir traído del ático,
los infiernos que emergen de un baúl de niño:
harapos que no alcanzan adjetivos,
esquivo paralelismo entre los espejos,
oscura dualidad en mención de lo otro.
Siempre apago la bóveda y no duermo.

Escépticas brujas parlotean un alma,
un caldero arde en la falta de luz,
el desquicio del sueño recae
y hay nubes de candor de ave:
laberinto de los colores y las formas.

Esa gloriosa aniquilación de lo externo.
Solo queda volverse juguete de una rueda propia,
dejar el ídolo que se despluma frente al templo:
salir volando por la ventana y nunca brotar del cofre.

sábado, 1 de agosto de 2009

Insomnio

Destruirlo todo.
Quemar el espacio de realidad que nos toca.
Eso es.
Arrancar los harapos de la memoria,
adivinar el mutilado cuerpo de una vida que se cae a pedazos,
subyugante y con anima de forma...

El arquetipo bélico que dimenciona las heridas.
Lo que se hace porque así tiene que ser,
lo que es porque se hace,
aquello que respeta la paciencia de la razón:
conciencia de los caminos sin verso.

Sólo entonces reconocemos el opuesto:
que la ausencia de esto es eso,
que cuando eso,
que lo otro es menos cierto...
o que la verdad se anticipa por mucho a la valoración
y queda ante la vista como un embeleso cualquiera;
una imagen más a la colección de Tabúes,
el dulcificante de las parodias,
un ancla desde el infierno a las alas de una frágil mariposa,
el tigre que siempre está y que nunca ...

Viene a mi pluma una herencia arraigada.
Es sustancia el río de las ideas,
es preludio del transcurso,
se hace volátil la omnicencia,
se liga a la alusión de algo inherme,
una gran necesidad vuelta pliegue de toda una era,
recrudecida por tantas cosas tan distintas:
un indiscutible cuerpo que encontró lugar en la ignorancia de lo latente.

Rio, rio, rio.

La noche se queda tranquila.
Cada vez se repite con más frecuencia el mutilaje del pasado,
pero su paso es aún superior al curso natural.
Hay un indudable adagio de precipitación hacía lo oscuro.
Se queda tranquila y maulla una melodia de piedra...
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