martes, 6 de abril de 2010

Ilación de oblicuidades

Siempre queda avidez tras la roca en nuestro costado: hay fugacidad también en lo eterno; hay laceradas estelas de larva. Bulle la bestialidad; el animal espectro de las letras; la inconsciente aniquilación de los vapores y las imágenes congeladas. Siempre araño la párvula representación del cielo en los brotes de la inmovilidad, estatuaria corteza, lenguas que fingen encuentros bajo un cruel filo de vacuidades.
Todo es presencia invisible de lo antiguo, lo que rompieron amplias bocas en el cristal… así, dulcemente se nos mueren la súplicas, se nos va desangrando una tentación entre los capullos nocturnos de cualquier viaje.
Y es que la tarde es tan pausada sombra de albas segmentadas que, a razón del tiempo en que se desmorona todo, dejan de ser las calles y las distancias: verdad de esto que me partió el cuello con una caricia de mano en llamas.
Hay esos fragmentos que enterraron en la costa; sonidos que arranco de esqueletos en ventana de alguna celda; angustias de paraíso abierto por la espalda, raído de sueños y subterráneas palabras de sosiego mecanizado. Como si hubiera ese estallido que limpia las palmas, esa carcajada de milagro líquido. Pero nunca pasa, y siguen los inicios pausados a un lado de la madera y el paladar, rumiando la barrera sutil de algo posible.
Y lo escribo con tranquilidad. Busco en la arena de los sentidos, cráter de ángeles que llovieron desde una garganta de efigie; de gárgola que regresa constantemente a cuando nada había, como los relojes, por nostalgia y soledad. Esto es el momento, golpes que suavemente descubren raíces envenenadas en el camino largo de las venas y los lirios... esto es, un grito pegajoso entre los silenciosos juegos del polen y la carne.
Es por eso y por el aislamiento; es porque me gusta perderme y soportar el calor de los contornos: volcándose y dando tumbos al interior de la bruma. Llegando del corazón mismo de lo intangible, pintando miradas que arden a manera de orlas en la silueta orquestada de la incertidumbre.
Será que merezco la edad de los sueños, en esta mi piel que de nunca sabe y en los todos desconoce inciertas fachadas de tierra; será que de algún modo me quedé absorto en el iris corrupto y las baldosas de mi encierro; que allá, cuando las trompetas anuncien la perdición de la tinta, el viento y los preludios abrirán selectivos cadalsos para los que sigan de pie entre las brasas y la mediación en lo oscuro; será que será famélica tanta espera de arrebatados juegos.
Tenía que decirlo: el final es sólo pequeñas fisuras; quebranto en la tumba de un beso y su tardío devenir; analogía del fuego y el templo en que todo pasa.
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