viernes, 27 de febrero de 2009

En el aparador

En el aparador
Los rayos del sol entraban desmenuzados por las persianas, obligándome a levantarme. El día llegaba acompañado por una ligera ventisca, que a la sombra ponía la piel de gallina. Corrí las persianas y abrí la ventana para ver cómo despertaba el mundo; cómo crujían mis huesos metódicos al estirarse, y dejaba de jadear el viento, invitándome a trotar un rato.
Las nubes ondulaban sobre la ciudad con una calma inusual, y proyectaban su figura ociosa que se arrastraba de un lado a otro, por calles y aceras ¿O el ambiente estaba macilento o de nuevo hacia acto de presencia mi sentimentalismo y mi carencia de ese algo indescifrable que estaba en el aire?
Le di la cuarta vuelta al parque y me senté en la banca de siempre para beber agua. “Hasta el cielo se esta poniendo viejo”, pensé. Lo difícil no era seguirle los pasos al tiempo. El cuerpo era el del problema. Los achaques vienen al cuerpo por razón del cuerpo mismo. Estaba seguro que las malditas caminatas y los cuidados, sólo me quitaban de hacer cualquier actividad que realmente me agradara, pues mis molestias eran de otra índole, aunque el cardiólogo opinara lo contrario. ¿Qué sabia él, si el de los infartos era yo? ¿Quién conocía mejor mi corazón que yo mismo?
Tenia una idea muy vaga de lo que pudiera ser, había pensado en ello tardes enteras, con una taza de café en la mano y el libro en la mesa sin cambiar de pagina. Al final se enfriaba el líquido, el libro permanecía sin leerse, y la duda igual. Estaba seguro que no era la inminencia de la muerte, por que eso me prometía un descanso placentero o al menos otro sitio más agradable. Sentía que ahí no acabaría el asunto, y en eso radicaba todo el problema. Mis cavilaciones y una especie de presentimiento me hacían pensar en que, tal vez, todo fuera mentira. Tenía una fijación insana por esas ideas que nunca me dejaban tranquilo. Pensaba que no existía, que era el sueño de alguna mente atormentada por la idea de las realidades paralelas. Era como si mi tiempo apenas fuera a comenzar, luego de por fin abandonar ese plano que yo sentía como ajeno. Creía ser un despojo de idea, un pensamiento inacabado, un poema defectuoso, un personaje de algún filme que arrojaron cerca de la realidad y se creyó la vida que le dieron como limosna. Creía ser un ente flotando en el universo, a la espera de un cuerpo o un objeto en donde poder acomodarme. Todo tiene su por qué.
Comenzaba a perderle el interés a muchas cosas y a ganar un apego invisible por las simplezas más cotidianas. Posiblemente fuera sólo mi alma, que se aferraba a un capitulo de vida incompleto, o a un asunto suyo que nada tuviera que ver conmigo. Parecía que se aferraba a la vida con las uñas, mientras que yo, por el contrario, deseaba ver del otro lado del río. Cerciorarme de que las dudas de mi existencia y todo lo cercano a mí, eran razonables.
La soledad altera la personalidad y pone, ante los ojos de quien la vive, una realidad incierta e inexplicable. Estaba solo, caminaba a ciegas por un mundo sin muros y sin barandas. Tanteaba el corazón de la nada, para calentarme la yema de los dedos.
Regresé a casa para almorzar algo. Llevaba un paso ligero y concienzudo, me sabía el camino de memoria, y, con la libertad de no tener que prestar atención, me permití distraerme en cualquier cosa que pasaba por delante de mi vista. En aquellos días tan culminantes de mi vida, me era excitante caminar por aquel sitio. Había en ese lugar algo más que el vago peso de mis huellas acumuladas sobre otras huellas. Ese trozo de mundo que albergó mi caminar minucioso por tantos años, me pareció, entonces, una invención mía, como si en mis desvaríos hubiese creado esa caja de recuerdos de tres kilómetros, para tener algo tangible de donde asir mi mano temblorosa, cuando llegara la muerte. Cuando mi sombra se despegara de la tierra, para llevarme del brazo a donde se registra uno para luego empezar a penar y pedir a los vivos un poco de consideración con los asuntos que deja uno pendientes.
Una vez de vuelta en casa y ya después del desayuno, encontré tendido en la cama de mi cuarto, el cuadro que unos días antes había pedido a mi hijo y que prometió llevarme en la semana.
-La pintura que sea, mijo. La que te recuerde a tu viejo, por que voy a ponerle mi cara.
En ella figuraba un fondo rojo que daba la impresión de ser algún tapiz antiguo. Era un rojo constituido por muchos rojos en distintas tonalidades, que, a simple vista, pasaban imperceptibles. Ese detalle me agradó bastante.
Del cuadro emergía una ausencia de ésas que parecen una palabra sostenida entre el aire y la punta de la lengua, como algo suspendido entre lo deseado y lo llevado a cabo. Obligaba a pensar que, sin duda, alguien tenía que estar en el cuadro. A ese fondo tan excepcional le hacía falta un personaje afín con la apariencia triste y desgarradora que proyectaba. Era perfecto acomodar ahí el rostro con el que tal vez me recordarían mi hijo, su esposa y mis nietos.
Luego de ducharme, contemplé la pintura por varias horas. ¿Por qué buscar un pretexto tan pueril para acercarme a mi hijo luego de tanto tiempo?, pensaba. El cuadro pude haberlo ido a comprar yo sin problema alguno.
Me invadieron iracundas conjeturas, y un sonido agudo, proveniente de algún lugar de la casa, penetraba mis oídos y parecía buscar salida a través de mi cráneo. Mi cuerpo se movía al ritmo de la música que provocan los objetos en los caserones, y en el calor de la casa flotaba un aroma adusto, que parecía salir del cuadro tendido en la cama. Me despabilé del ensueño en que me tenían esas cosas y colgué el cuadro sobre la cabecera. Ya luego lo mandaría a arreglar con mi foto.
Al día siguiente sentía una extraña repulsión al pensar en hacer ejercicio; en los cúmulos de saliva que me hacían atragantarme y no poder respirar; en el sudor que se me pegaba a la camiseta; en el olor. Todo lo que pasaba y nunca me había dado cuenta.
La mañana entera y parte de la tarde las usé en leer; en mirar fotografías del antiguo y enorme álbum de cuando joven; y en seguir por la ventana, el vuelo de las aves que se descolgaban del cielo con rápidos movimientos.
Mientras miraba el álbum, noté que había tenido una buena vida, después de todo. Viví la juventud como me vino en gana y nunca me preocupé por ninguna cosa que no fuera pasarla bien. Llegue a querer muchas cosas y a odiar otras. Reí, lloré, soñé, tuve miedo, corrí, me arrastré ebrio por las calles más inmundas de la ciudad, tiré gritos al aire, pedí deseos a las estrellas, pedí deseos a las personas, creí en muchas cosas, confié ciegamente en el futuro cada nuevo presente.
Algo que nunca logré, fue educar al único ser en el mundo al que le corría mi sangre. Nos faltó complementar nuestras soledades; nos faltó compartir lo bueno y lo malo que la vida nos ponía enfrente. Siempre estuve más preocupado por mi trabajo; por mi absurda teoría de la reencarnación; por mi plaza como profesor de metafísica. Siempre era yo y después el resto del mundo.
Pasaron algunos días y todo continuaba igual. Sólo que la mañana de aquel sábado en que me levanté sudando por el dolor y la asfixia, trajo consigo un viento fuerte, como el viento de cuando entierran a alguien. Los vientos sólo así bajan a ver la mudanza de las almas. Vaya indirecta.
Ni siquiera intenté llamarle al doctor o a mi hijo o a cualquier persona. Me senté en la silla a un lado de la ventana y miré al cielo, donde las nubes se desbarataban para todos lados y dibujaban las más extrañas figuras. Apretando fuertemente mi brazo izquierdo y presa de un horrible temblor en todo el cuerpo, me di cuenta de la simpleza de los últimos minutos. No tenia nada de especial o de extraño. Era como quedarse dormido, pero sin despertar.
Cerré los ojos, luego de echarle una rápida mirada al cuadro, aún vacío, sobre la cabecera, y me quede recargado en el respaldo de la silla mientras mi alma salía por la ventana y se perdía en el cuerpo del aire.

En la tienda de la calle principal se alcanza a ver un cuadro decorativo, donde figura un hombre mayor, superpuesto sobre un fondo rojo intenso. Tiene los ojos cerrados y los labios tratando de dibujar una sonrisa. Un brillo en diagonal resalta su cabello plateado, como si el sol lo iluminara con cierto énfasis. Es una de esas caras anónimas que nos provocan ternura y nos hacen pensar en algo misterioso. Todos esos rostros en las pinturas de los aparadores son personajes inventados por algún artista, pero, tal vez, tengan alguna historia y no sean simples pinceladas en un lienzo. Porque esos anónimos, con sus miles de rostros distintos, transmiten sentimientos que sólo la vida logra imprimir en la piel y en la escarcha del cabello.
Por: G. C. R.

martes, 24 de febrero de 2009

Ya no llueve


Ya no llueve.
El silencio emana
del piso como un vapor
de almas en pena

Las pisadas tibias
disipan los restos del agua
y el mundo entero se sume
en profunda y melancólica agonía,
la calma destroza con su pesadez…

Me arde el corazón
de tanto amarla y me duele
sin sus calidas manos
recorriéndome la piel, el cuerpo.

Ya no llueve.
No hace mucho que ceso,
se han calmado las olas de viento
y solo en mis ojos quedara alguna gota

La veo traspasar el umbral,
ha cruzado la línea de mi cordura,
la tengo aquí a mi lado
y mis manos no la encuentran.

Ya no llueve.
Ya no hay siluetas atravesando
el manto de agua desplegado
sobre el pavimento, no hay pequeños
temblando bajo las sabanas con cada trueno
y el color profundo de las nubes
se ha esfumado

Ya no llueve…
Pero tal vez mañana volverá
el murmullo pausado de las gotas
chocando contra los cristales
y la recordare de nuevo…
Por: G. C. R.

Condenado

Le dije que lo iba a matar.
Habíamos reñido la tarde de ese mismo día, los ánimos se calentaron y nos rompimos la cara. Me asalto un fuerte sentimiento de cólera y lo amenace mientras le picaba el pecho con el índice de la mano izquierda. Sin mas que decir y sin esperar respuesta, me marche dejándolo parado a mitad de la calle con cara de estupido, como desconcertado totalmente, la camisa llena de la sangre de ambos y los puños crispados. Fue un escape triunfal.
Y digo escape, por que seguramente no tardaban en llegar unos camaradas suyos con muy mala fama. Eso si se hubiera puesto feo.
Caminé, pues, al bar de siempre y en el trayecto pensé bastante sobre lo ocurrido. Me sentía fuerte, invencible, macho y un completo idiota para variar. ¿Cómo se me pudo ocurrir decirle tal tontería y precisamente a el? A mi edad ya no se esta para dejar salir así las palabras, como si fuera un adolescente boca suelta. Una cosa era darnos de golpes y otra muy distinta amenazarlo de esa forma. No es bueno meterse con gente tan peligrosa, pero en fin… Lo hecho, hecho esta, me dije. Deje descansar mi mente, puse de lado los pensamientos tan negativos que me taladraban las sienes insistentemente y unos minutos después ya tenia una cerveza, un cigarrillo y el mejor asiento junto a la barra. Solo me quedaba esperar lo más probable e inevitable por cierto. Un par de horas a lo mucho, que semejaban años, siglos, todo el tiempo inventado y tal vez más, en una espera de más repugnante.
Cuando se escuchaban pasos que amenazaban con cruzar la pequeña portezuela blanca del recinto, me estremecía y la sangre me recorría todo, como queriendo brotar del cuerpo. Temía que esas sombras cercanas a la entrada se materializaran de un momento a otro en mi seguro ejecutor. La parca llegaría de repente con botas picudas y sombrero.
La embriaguez que aumentaba a cada trago, al contrario de lo que creí, solo contribuía en tornarme mas paranoico, mas absorto en el problema, concentrado al punto de aislarme completamente del mundo y captar una interminable y repetitiva serie de alucinaciones en el fondo del cristal sucio de mi cerveza.
No sabia que tenia tanto pánico a morir, sin duda me di cuenta de ello y mi espíritu toco fondo. Comencé a arrepentirme en silencio, con algún otro borracho o a grito abierto. Quería expiar toda mi vida entre aquellos inmundos seres tan iguales a mí.
Confié mi pasado y mi presente, llore y me retorcí las manos por varios minutos, llegue al grado de arrancarme el cabello por la desesperacion, deseaba estar muerto en lugar de vivir una espera tan terriblemente larga. Gemía y seguía vaciando tarros de cerveza como un loco.
Ya hasta había planeado como seria todo: El tipo llegaría con sus amigos a matarme, pensé. Y lo haría, no sin antes propinarme una golpiza espantosa, me romperían todos los huesos y me seguirían golpeando hasta vomitar, luego me harían tragarlo. Del cabello y arrastrando me llevarían hasta un automóvil, me subirían a empujones y de ahí conducirían hasta algún llano o terreno baldío para matarme y dejarme tirado como comida para las ratas. Y si les venia en gana, nadie se enteraría del asunto, ni siquiera mis allegados.
Así acabaría todo, en menos de una hora, estaba seguro.
Aquella locura de extrañas invenciones mentales duro un rato. Me estaba calmando y me iba a retirar, tal vez ya nada pasaría, sabían donde encontrarme, siempre estaba en ese bar y sin embargo no habían asomado sus narices por ahí. Iba a levantarme del banco pero algo me detuvo un segundo antes de hacerlo. La puerta se había abierto y era obvio quién acababa de entrar, no tuve siquiera que volverme para saberlo. Era el tiempo, el momento había llegado.
Gire sin pararme y me tope con el rostro que horas antes había golpeado tan efusivamente, no se veía muy mal pero el semblante tan serio lo hacia parecer como recién apaleado.
El y sus tres acompañantes tomaron asiento cerca de mí y con un movimiento de cabeza se hicieron servir un trago. Cuatro copas se vaciaron al mismo tiempo, el ambiente se congelo, un presentimiento flotaba en el aire entre las moscas, los olores de tabaco, sudor y vino y el hedor que salía de las bocas de los ebrios inconcientes en la barra.
De pronto dos palabras atravesaron la densidad de la escena como un cuchillo ligero y mortal:
-Que tal- dijo el tan esperado visitante, mas como soltando un escupitajo que un saludo.
-Que tal- conteste de igual forma.
Aun en ese momento me quedaba un poco de osadía.
-Quiero aclarar lo de esta tarde-dijo mientras jugueteaba con una mitad de limón que había en la barra.
-¿Aclararlo?-dije casi entre dientes.
A quien trataba de engañar, la conversación era una mera formalidad antes de destrozarme hasta el alma. Para que postergarlo.
-Si, aclararlo- contesto-digo, saber que fue lo que me dijiste cuando acabamos de pelear. Estaba bastante aturdido, había demasiado ruido en la calle y solo te veía picarme el pecho pero no logre entender nada. Tal vez quisieras repetírmelo, puede ser que se trate de algo importante. Eh, ¿qué dices?, ya no me interesa la pelea, ni por que paso, solo saber que fue aquello que no pude escuchar.
-Ah, si –fingí inocencia- Pues no recuerdo muy bien, sin duda era cualquier sin sentido de esos que se le escapan a uno cuando esta enojado.
-Eso pensé-dijo, dibujando en su rostro una escueta sonrisa, una mueca como de malvada satisfacción.
El maldito no quería la verdad, seguramente me había escuchado claramente cuando lo amenace. Solo quería imponer su poder ante mi, quería ganar luego de la paliza que le había dado, deseaba humillarme y el sabia que eso era peor que cualquier tortura.
Prostituí mi orgullo y mis convicciones pero salve el pellejo. Solo un imbecil se permitiría morir en manos de semejante alimaña. No era mi último día.
El cantinero nos sirvió un trago, brindamos y todo quedo olvidado.




Por: G. C. R.

lunes, 23 de febrero de 2009

El que descansa


No cesaran, allá donde despierta el mundo,
los clamores que la roca exhala
y la impavidez de los otoñales
campos yermos se vera atiborrada parte
a parte por las culebras del cielo.
Los vientos más fuertes salen
a ver la mudanza de las almas.

Nadie, al que descansa, busca olvidar
por que olvidados no se imaginan
en la postrera, cuando los ojos
sean sellados por dos símbolos
de metal que son lo que al concluir
congela lo que restaba aun tibio.

No cesaran los más viejos llantos,
sea la inmortalidad por medio,
que avivan con su cuchichear
los tímpanos erizados y débiles
de quien espera mirando fijamente
hacia un lugar que nunca ha estado ahí.

Y cuando el silencio suena más
alto que la voz se puede percibir un
ave cayendo eternamente desde algún
lugar infinito que en otros tiempos
pudimos ver.
Llenos de enigmas, hoy, y con manos vacías
Intentamos tantear torpemente el corazón
de la nada.

Todo con el sol emerge y gira.
La salida del sol trae su ruido propio.
Un estertor entre los sonidos del alumbramiento,
difusas voces, llantos, plegarias,
gritos, risas, bebidas tibias y alguna vez
un ruego silenciado por una mano
enorme, pesada y ebria de cólera.

Por eso muchos prefieren abandonar
el sueño cuando la luz ondula en
un punto más alto del mar detenido
allá arriba.
Allá donde nosotros somos los muertos
por estar abajo y donde nuestros muertos
son los cimientos minerales que sostienen el suelo
cual mortero.

Así es como ocurre y se ve la muerte
cuando la carne baja a reunirse con la tierra.
Sean pues de los cuerpos gélidos que
nuestras huellas soportan, estos versos,
como constancia de su inextricable
e impetuosa resistencia al tiempo, que
es el peor de los gusanos y el peor
de los hospederos.
Por: G. C. R.

Alma, tiempo. Buena cara

El alma se resiste
al desencanto.
El poeta
a veces busca y piensa,
pero el amor,
el verdadero amor,
lo sitúa siempre en la orilla
de un mar con besos
y con aromas miles

Busca el poeta alejar
de si el dolor y la amargura,
y hasta la felicidad misma
cuando todo eso va ligado
a la mujer, que en el camino
es musa y piedra

Arranca de si
cualquier línea de aquel
embeleso, pero hay algo
aun mas grande que
la voluntad.

Y cae el poeta de su fortaleza.
Cae en picada a un suelo
raso, árido, reseco como su alma.
Un suelo que lo espera
de tiempo atrás.

Cae por que tiene que caer
y salvarse de la sed
allá tan arriba.
Baja a beberse el amor
de un trago para que no le ardan
el corazón y el cuerpo.

¿Y a quien culpar?

Culpa sea expirar
del que no escucha las voces.
Esas voces tienen la razón.
Vienen de adentro.
De un mundo más profundo
que el nuestro. De una realidad
más pura y nítida.

Ahí el poeta no se puede mentir
y no me miento.

No me miento, pero la vida
esta que ondula ante mis ojos.
Se mueve a todos lados.
Se aleja de la vista por
caminos divergentes

Culpa sea de mi por
ser poeta y tan vivir enamorado

Por: G. C. R.

Son sombras

Son ideas densas
perdidas en suspiros de dolor.
Son la metamorfosis y la creación
de un ente infinito y silencioso.

Y que venga el ángel con su trompeta
que no mucho arrancara de cualquier cuerpo
vacilante y débil.
La luz nos hace perecer mas amargo y lento, pero
no hay salida

(Toda palabra de lujuria
es pura codicia para el alma
y fortalece la convicción.
¡Alabadas sean!)

Y alabadas también
las causas perdidas,
con su enigmático
simulador de duda,
con su extraño elemento
semejante a la sorpresa:
Vidas iguales, pero muertes mejores.

Las sombras:
Son décadas sin brillo,
más y más lejanas
pero sin perder su aroma
a romance lunático y
a ilusión antigua.

Aquí las rocas han dejado
su rastro primitivo una vez,
sin embargo, el viento trajo
de regreso polvo.

Aun de día son sombras
pero de noche la historia regresa.
Esa farsa, sin principio ni llegada.




Por: G. C. R.
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