sábado, 28 de agosto de 2010

En tanto que...

Los círculos
nada tienen que ver
en todo esto.

Es sólo una emoción
impasible,
una herida que se
filtra en la noche de
los corales.

Viento,
viento ominoso,
nómada viento de
carne,
viento de mármol
de caderas de esfinge.

Viento-círculo,
enigma falaz entre
la raíz de un buitre
y el antiguo espasmo de los
senderos.

Intangible
digresión del espejo.

Pacto que termina
con el esqueleto de
una bestia moldeada
en el aliento de las espinas.

En la primacía de dibujarse
con labios de templo;
labios de polvo,
de única entrada a la
fortaleza del sueño.

Infinidad, quizá.
Solamente infinito,
palabras que en vano
buscan un rezo de
soledad,
muerte,
eco.

sábado, 7 de agosto de 2010

Somos de la
arena, a veces,
de la playa y las
sirenas que enloquecen
con el fondo de
algún barco.

Sólo
en la trayectoria
de la soledad
se refleja el vestigio,
una historia
atrapada en los cristales
que no
alcanzan,
no llegan a rozar el
centro de los sonidos.

Quizá un grito:
se resiste la mañana
que, alejándose,
esconde los astros
sobre alas de espuma y
lluvia.

Rastro

Se vuelven
bestias,
rondan su propia estela
con unas fauces discretamente
guardadas en la sombra
o en la figura que proyectan
contra el polvo.

Dejan de arrodillarse,
no asisten a las misas,
se reflejan en la espina
de la verdad
sin permanecer inmóviles.

Entienden nunca,
no caminan por los laberintos,
ni juegan a los sabores.

Odian el aroma de la luna
y el color del viento.
No quieren despojarse
de sí.
Se hunden solos,
llevando a todo lugar su sepultura.

Arriesgan lo que sea,
se extravían
habitualmente
y son fáciles de encontrar.
Nunca están ahí,
ni en otro lado.

A veces
no les alcanza la voz,
se alejan de cualquier pétalo.
No responden
y jamás pedirán
una respuesta.

Son anónimos.
Saben morir
con gracia;
todo lo aceptan
y encarnan.
Toman prestado un sólo ojo
para utilizarlo nunca.

Son inconscientes,
malditos,
exiliados por un tumulto
de manos terrenales
que los apuntan al mismo tiempo.

Y sólo recuerdo que intentan
la tarde;
intencionalmente
se les dibuja una fecha
o una canción.
Son un propósito,
sólo una vez y para siempre.

Prescinden
de los otoños.
Insisten en
esquivar las hojas,
su espeluznante ruido,
el absurdo de tocarse
los muslos con la dentadura.
Todo es tan raro, sí.

No sé cuándo se volvieron
tan insoportables,
tan poco nítidos.
Aún no sé
cuándo comenzaron a
mentir con la lengua enroscada
en las esferas
de su propia despedida.

Se regocijan.
Viven sin prestar
atención
y van sobre las rectas
siempre,
arrullando su tristeza
en pequeños cántaros
de madera y piel.

Notan que hanse
quedado completamente solos,
pero no se vuelven
de agua,
no cierran las ventanas,
no cambian las sábanas,
ni el color de la cocina.

Todo les llega sin dar señales,
aunque es nada,
y lo tiran en el umbral;
lo plantan a un lado
del pequeño letrero
en el piso,
justo debajo
de algún semidiós
que se destruye
sin que lo toquen.

Difícilmente aceptarán
el rito de vivir.
Será imposible,
además,
llevarlos al paraíso
o al infierno.

Allí quedan.
Donde nadie
alcanza a llegar,
cerca de la
completa lejanía.

Ellos
-nosotros-
nunca dejarán
de ser los mismos.








“Los amorosos son locos, sólo locos, sin
Dios y sin diablo”

J.S.
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