domingo, 26 de mayo de 2013

domingo, 29 de enero de 2012

La conquista del viento

La tierra como un campo de furias amortiguadas
la tierra corazón del sonido y las piedras
ungida y vaga
apilándose alrededor del esqueleto lunar

Llego al desierto con un miedo anticipado
abro las aves grandes que se van comiendo una nube con nombre de mujer
porque los halcones y los reptiles tienen una soledad adentro
y nunca nadie puede sellarles el flujo de sangre y de vaciados espacios

El calor es sólo un espejo de las apariciones.
Se tiene por cierto que se acaba el tiempo de la última arena
el rayo
y algo se sabe por el líquido vertido sobre los alacranes
los ojos de los alacranes puestos en la planta baja del universo

El nudo de los pies se encuentra en una dentadura de cristal
se recompone con un cántico que nadie aprendió
y como una frase de polvos avasallados

Aparece una figura débil
descrita en nuestras primeras marcas
dominándose desnudo entre las bestias y las alimañas
un hombre que devora una serpiente
con delgadas manos de ave
con frágil cuerpo de ave
como cualquier águila que baja desfalleciendo
para reclamar un poco de la tierra que sólo ha visto desde arriba


Gerardo Cárdenas Robles
Mexicano


Con este poema participo del cuarto Concurso de Poesía de Heptagrama.

lunes, 11 de octubre de 2010

Incongruencia

Pueden decir que se
quema el talante
de la noche;
algo crece en la espina,
esa separación;
tierna caricia sobre
el río de huellas entre los faroles.

Lo han intentado,
algunos tienen una marca;
conocen,
incluso,
el nombre de las gaviotas.

Y a veces paso
de aquellos.
Mundo todo en
que ya no pido los
cristales.

¿Para qué nombramos,
entonces, la inmovilidad?
De nada sirve
que se vaya el cuerpo
con la arena.

Algo hay que no recuerdo:
nunca se corregirá
tanta urgencia;
ellos olvidaron la
simple roca de las tardes,
y yo no sé cómo se
apaga el camino.

sábado, 28 de agosto de 2010

En tanto que...

Los círculos
nada tienen que ver
en todo esto.

Es sólo una emoción
impasible,
una herida que se
filtra en la noche de
los corales.

Viento,
viento ominoso,
nómada viento de
carne,
viento de mármol
de caderas de esfinge.

Viento-círculo,
enigma falaz entre
la raíz de un buitre
y el antiguo espasmo de los
senderos.

Intangible
digresión del espejo.

Pacto que termina
con el esqueleto de
una bestia moldeada
en el aliento de las espinas.

En la primacía de dibujarse
con labios de templo;
labios de polvo,
de única entrada a la
fortaleza del sueño.

Infinidad, quizá.
Solamente infinito,
palabras que en vano
buscan un rezo de
soledad,
muerte,
eco.

sábado, 7 de agosto de 2010

Somos de la
arena, a veces,
de la playa y las
sirenas que enloquecen
con el fondo de
algún barco.

Sólo
en la trayectoria
de la soledad
se refleja el vestigio,
una historia
atrapada en los cristales
que no
alcanzan,
no llegan a rozar el
centro de los sonidos.

Quizá un grito:
se resiste la mañana
que, alejándose,
esconde los astros
sobre alas de espuma y
lluvia.

Rastro

Se vuelven
bestias,
rondan su propia estela
con unas fauces discretamente
guardadas en la sombra
o en la figura que proyectan
contra el polvo.

Dejan de arrodillarse,
no asisten a las misas,
se reflejan en la espina
de la verdad
sin permanecer inmóviles.

Entienden nunca,
no caminan por los laberintos,
ni juegan a los sabores.

Odian el aroma de la luna
y el color del viento.
No quieren despojarse
de sí.
Se hunden solos,
llevando a todo lugar su sepultura.

Arriesgan lo que sea,
se extravían
habitualmente
y son fáciles de encontrar.
Nunca están ahí,
ni en otro lado.

A veces
no les alcanza la voz,
se alejan de cualquier pétalo.
No responden
y jamás pedirán
una respuesta.

Son anónimos.
Saben morir
con gracia;
todo lo aceptan
y encarnan.
Toman prestado un sólo ojo
para utilizarlo nunca.

Son inconscientes,
malditos,
exiliados por un tumulto
de manos terrenales
que los apuntan al mismo tiempo.

Y sólo recuerdo que intentan
la tarde;
intencionalmente
se les dibuja una fecha
o una canción.
Son un propósito,
sólo una vez y para siempre.

Prescinden
de los otoños.
Insisten en
esquivar las hojas,
su espeluznante ruido,
el absurdo de tocarse
los muslos con la dentadura.
Todo es tan raro, sí.

No sé cuándo se volvieron
tan insoportables,
tan poco nítidos.
Aún no sé
cuándo comenzaron a
mentir con la lengua enroscada
en las esferas
de su propia despedida.

Se regocijan.
Viven sin prestar
atención
y van sobre las rectas
siempre,
arrullando su tristeza
en pequeños cántaros
de madera y piel.

Notan que hanse
quedado completamente solos,
pero no se vuelven
de agua,
no cierran las ventanas,
no cambian las sábanas,
ni el color de la cocina.

Todo les llega sin dar señales,
aunque es nada,
y lo tiran en el umbral;
lo plantan a un lado
del pequeño letrero
en el piso,
justo debajo
de algún semidiós
que se destruye
sin que lo toquen.

Difícilmente aceptarán
el rito de vivir.
Será imposible,
además,
llevarlos al paraíso
o al infierno.

Allí quedan.
Donde nadie
alcanza a llegar,
cerca de la
completa lejanía.

Ellos
-nosotros-
nunca dejarán
de ser los mismos.








“Los amorosos son locos, sólo locos, sin
Dios y sin diablo”

J.S.

viernes, 25 de junio de 2010

Tríptico de visiones

Este ojo se sostiene con
pequeñas perlas.

A un lado hay un trazo
que guarda la llama,
que se tiende al antiguo
aroma de las oraciones,
y se apaga y tiembla,
y sigue temblando.

No se derriten las máscaras.
Se nubla el sonido
de un amanecer estrangulado
con sus propios alambres,
mientras el fondo de la ceniza
mantiene su nuevo cuerpo.

Pero no me des forma,
mírame ahora que pierdo
la trayectoria de los barcos,
en la tímida decadencia
que me brota de las palabras.

Mírame desde lejos
y sin mirar,
mírame con tus dedos
de ave,
con esas extremidades
que sumerges tiernamente
en la coraza de lo invisible.

Fija tu caída en otro lugar,
impacta
contra cualquier sonido,
piérdete como yo,
sin buscar eso que persiguen las venas,
imaginando círculos
y mentiras,
salvando lo que no se puede conservar.

Pero se alejan las últimas
pisadas
y la multitud es ahora esa perla,
un camino de bestias y gritos
haciendo espiral
entre un momento y otro.
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