viernes, 29 de mayo de 2009

Sé gusto de lo inhibido como los rayos prisioneros de la palma:
un sarcófago herido de muerte; silencio despellejado por un dedo agudo y cruel;
carrusel delirante de la expectativa; relato penoso casi medio contado:
arrebato suprimido por la implacable planta de la apariencia.

Sé crujir pesaroso de luna y mar, por la vista a la distancia:
conviértete en un reiterar los sueños; un desvarío voluntario;
un despertar a la realidad que se queda a medias observando el crepúsculo;
una formula para cada embrujo; una cifra mecánica de los sentimientos;
un ahogo; una intranquilidad certera y meditabunda; una suerte incompleta y vil.

Sé arrebato de todo eso.
Sé tú: seguro, impertinente, voraz, y lo que reste por ser.

martes, 12 de mayo de 2009

Y de cómo he llegado a este insufrible hueco de las realidades.
A ser un botón en la corteza del tiempo; una necedad infecunda;
un desvarío de la vida; un ataque de histeria de las constelaciones;
un mito sin remedio y sin causas; un insulto tirado al azar.

Mordisqueando mi sombra como un perro;
bogando por las simplezas de la senectud mental;
arrastrando la impaciente afirmación de la compañía;
por lo mismo quiero gastar esa bala: nadie muere en la víspera.

No digamos obstáculos ni trabas ni abismos.
Todo eso viene incluido en la asimilación:
no es posible contemplar sin sentirse poco menos que nada.
La grandeza de lo transparente nos sitúa aún más abajo;
el misterio dictamina las magnitudes maquinales del resto;
desinhibe la sombra de la causalidad; hace arrobo de lo tópico.

Apresurémonos lentamente. Avasallando la delicadeza de lo exacto;
los mares de cocina; los leviatanes de bolsillo; cada imagen en la pared;
el reflejo de las hostilidades; la histeria discrepante de los miles de silencios.

Y de cómo he llegado a este único reinventar: paradoja de la verdadera historia.

viernes, 8 de mayo de 2009

Ciudad

Se perdió una bandada de cuentos:
Los sueños raramente esquivos;
larvas matinales de la saciedad;
antiestructuras; edificios pintados de aire.

Se me fue esa maldita ciudad sepulcro:
Una enseñanza perezosa de las amplitudes;
la exclamación irracional de las brasas;
el desenfado de tanta muerte; la cólera.

Una dilatación de las soledades me lleva a combinar las trazas con el tiempo.
Que me lancen abismos disfrazados de rocas.
Que me aten al atril de los planetas:
subyugado por tumultos de placer;
en arraigo y lobreguez fecunda,
me sesgo por la misma aplicación de las ideas.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Se hacen realidad

Despertó con el vago recuerdo de un rostro, de un charco de café mezclado con otro líquido, y de algo más, algo incierto que no lograba comprender. No atinaba siquiera el orden correcto de aquellos elementos. Nunca había quedado tan prendado a un sueño como esa vez.
Un lunes de abril. Si, era lunes y raramente sentía la pesadez que acompaña al viernes: El sentimiento como una punzada que nos indica que ya vamos a descansar de la rutina, pero que al mismo tiempo nos recuerda que aún resta ese día largo y de lenta espera.
Se calzó las sandalias y comenzó el ritual de la mañana. Se ducho más rápido de lo normal, almorzó algo sencillo y salió apresurado para no perder el transporte.
Quería recordar cualquier otra cosa. Un presentimiento lo abordaba, como si supiera que había más pinceladas escondidas en aquel borroso lienzo de la fantasía, detalles relevantes. Escrutaba los rostros, los carteles que iban quedando atrás del camión, los automóviles, los locales. Su intención era evocar el sueño con algún objeto coincidente. No logro nada con ese obligar las cosas e intentó calmarse un poco.
Una cuadra antes de su oficina hizo la señal para que detuvieran el camión. Mientras se levantaba de su asiento, el ruido agudo e inclemente de los frenos, casi lo hizo perder la conciencia. Su mente se vio asediada por una especie de cortometraje de imágenes extrañas. Una sucesión esporádica con aquel maldito ruido de fondo, agotador y vejatorio. Salto a su mente una larga cabellera color negro salida de lo más hondo de su inconsciente, cual si fuera un fragmento del sueño que intentaba armar desde la mañana. Luego, como si se hubiera drenado la sacudida, se sintió bien y casi corrió hasta hallarse a salvo en la acera.
Además de las imágenes, lo había atacado una conmoción fría concentrada en el pecho, que se había expandido en un pequeño radio para después perderse entre el calor del resto del cuerpo. Se palpaba el lugar del espasmo y miraba para todos lados en actitud de total paranoia. Parecía que el sueño comenzaba a perseguirlo; a tratar de arrancarlo de este lado, como tomando partida en el juego del temeroso soñador.
Por fin estuvo en su oficina, una pequeña, pero modesta pieza en medio de la de la encargada de administración y la de un contador recién ascendido, y echó mano a un papeleo que debía comenzar. La semana apenas le alcanzaría y no deseaba tener que trabajar el sábado o el domingo. Recordó que le era más cómodo trabajar con una taza de café y unas galletas.
Como de costumbre, ninguno de los dos antojos se hallaban en la empresa. El jefe era un tacaño. Les pregunto a sus vecinos de oficina que si deseaban algo, aprovechando que iba a la cafetería a un par de cuadras de ahí. El contador le encargo un café Moka y ella, un chocolate caliente y una rebanada de pay.
Se acercó al estante de postres y analizo la variedad. Buscó a un encargado para indicarle su selección y descubrió a una chica hermosa que estaba detrás del mostrador y no le quitaba la mirada de encima.
Lo repentino del encuentro lo dejo estupefacto, porque nunca la había visto en la cafetería o el hecho de la materialización consecuente de sus sueños; de los pequeños trozos de la visión nocturna que a cada momento tomaba más forma.
En está ocasión no se mareo o algo por el estilo, sin duda la adrenalina lo estaba ayudando a controlar las sorpresas fortuitas que le estaban ocurriendo. Experimentaba un vértigo en relación al desenlace de tantas pistas flotando. Tenia esa fuerte idea por como se iban dando las cosas.
Hay muchas mujeres de cabello negro en el mundo, pero el color de cabello de la encargada era idéntico al de la mujer del sueño. El mismo tono. Una suerte de esencia compartida. De manera que las casualidades ya no lo parecían tanto y comenzó a divagar en conjeturas mientras se perdía en la intensa cabellera de la empleada. Cabía cierta posibilidad de que el sueño y sus elementos le indicaran este encuentro. Eso pensaba él y hasta se sintió torpe, casi avergonzado de la idea tan melosa que construía, sin dejar de mirarla y sin ocurrírsele nada que hacer.
Se despabilo y termino su compra, lanzando de cuando en cuando, breves, pero incitantes miradas, a la chica. Hubiera querido decirle algo, pero decidió esperar, regresar a la oficina y volver más tarde luego de hacer algunos de los pendientes. La joven le entrego sus cosas y tuvo algunas dificultades con la maquina registradora. Luego le dio su cambio y lo siguió con la mirada mientras lamía el cuchillo con que había cortado la rebanada de pay y apretaba fuertemente el mango. Por cierto, era un utensilio poco usual para eso, dado el descomunal tamaño de la hoja. Parecía más para cortar cebolla.
- Hasta luego Señor Aragón – grito la joven. Él sonrió muy satisfecho de que también esta chica estuviera bajo el engaño de ser él el jefe de la empresa y ni siquiera volteo para contestarle. Tal vez ella no le hubiera coqueteado de saber su identidad real: Antonio Cano, asistente de contador, pensaba. Estaba muy a gusto con su ingenio y hasta desearía realmente ser ese idiota del jefe Aragón con tal de que le tuvieran tanto respeto.
Caminó muy despacio hasta llegar al cruce que daba a la empresa. Estaba algo incomodo. Desde que había salido de la cafetería tenia la sensación de una fuerte mirada posada sobre el. Durante la espera de la luz verde en el semáforo no pudo evitar una acción involuntaria de su cuerpo que lo obligo a girarse y buscar al supuesto perseguidor.
Descubrió tras de él a quien menos hubiera esperado. La joven se le aproximo con el cuchillo en la mano y sonreía dulcemente mientras lo elevaba con lentitud a la altura de la barbilla. El hombre alcanzo a ver su reflejo en el arma. Ese era el rostro del sueño. Se había resuelto el crucigrama mental que lo atormentaba desde que había despertado. Se paralizó y solo el estruendo de un camión que paso a gran velocidad a su espalda lo hizo reaccionar un poco.
Pudo ver toda la jugada y un poco más: Su sueño había empezado con gente discutiendo. Luego una bolsa de papel con bastante dinero, en las manos de una joven. Y la cabellera. También estaban los empleados de la cafetería que acordaron con ella que la dejarían trabajar tranquila y nadie se presentaría. Recordó claramente el café entremezclado con un líquido rojo y espeso, que explicaba el misterio del charco. Sintió de nuevo la sensación del pecho, pero sabía que luego su frío reflejo atrapado en el cuchillo sellaría la escena. Preparativos y planes de escape. Estaba todo. Comprendía lo que iba a pasar, por fin iba a sacarse de encima el peso de la incertidumbre.
Permaneció de pie. Cayó en cuenta de la clave principal: En el sueño hacían alusión a la victima como Joel Aragón, el nombre de su jefe. Era de esperarse. A un simple empleado como el nadie se molestaría en hacerle daño, pero tenia sentido que a un millonario tan hijo de puta como su jefe por fin lo quisieran matar.
Si, se quedo de pie porque sabía que era su culpa. Ante la gente de la cafetería siempre se autonombro así. Ahora por esa idiotez…
La joven permaneció un momento frente a él. Paso una y otra vez el cuchillo entre la carne del pecho, blanda como una rebanada de pastel. Se alejo primero muy lento. Al doblar en la esquina más próxima corrió sin parar hasta apartarse de una sola vez de aquel lugar.
El falso Aragón cayó hacia atrás y como tenia predicho, café y sangre se juntaron en un repugnante charco. Siempre había pensado que los sueños no se hacían realidad.

domingo, 3 de mayo de 2009

Presentando el jirón de pulpos

Protesta abdicada de la lógica: diluido intento, si las soledades,
llanto de la piel, si las brasas del viento.
Se tiene de antemano la insolencia del derrumbe; la cristalización de las barajas;
el ideal fatídico y engañoso de un raro polen: Santo Grial de las pasiones,
un nuevo descomienzo, un retroceso anexo a las impertinencias del oficio.

Y solo un trozo de la luna sosteniendo tantas canciones y tan pocas miradas.
No recrimina el sonido: la falacia de las cuerdas; los dedos que juegan
con el humo y las notas; la humedad que no tiene clave; el sabor de esa luna
lechosa y vil, desmoronada, dispersa en paquetes de plástico; el ratón.
¡No recrimina el son ido!

Se aleja la llamarada de tonos. Es tarde cuando de nuevo hay sombra.
Nulo lucero o luz cero. Oscuridad de voz de cuervo: un dejo de mar pausado;
postre de silencio; dosis exacta de alfombras: albor en los pechos de ave;
cielo inventado por las alas; reflejo de un incendio de pupilas y de arcos.

Es crudo el recordar cuando se encuentran las inmensidades y las escafandras.
Siete tonos desgarrando el remanso de la ilusión; de la estela sin letras;
de la salvedad subyugada en los dioses de piedra; de los dedos que acarician un acorde.

No se llega al final de la catarsis: nacen cambios nuevos; augurios reincidentes;
inflamación de las deidades; suerte de principiante; meollo en uno; alineaciones;
soles de cabeza; hogueras con sabor a sal y a sangre.
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