jueves, 21 de enero de 2010

Recordatorio

Siempre hay una imagen informe detrás del oído. Salta el ardor de lo que tiende a romperse. Hay flores que se abren bajo la tierra, pero nada sangra en las manos del tiempo. Nada rasgará el caudal de nubes que improvisan; aparentes fugacidades devorando espinas con la espalda.
Digo una y otra coraza de ala en metal. El adelanto de un reflejo superpone los cuerpos en lo oscuro, bailando como rojos caminos en una llama de cielo y era.
Y se mueven. Buscan con las sombras del sueño. Un escalón de luz rompe algunas melodías, y reordena otras; exprime corazones de gato en los muros, para encender la noche real.
Nada cambiará. Siempre podré cantar una esperanza irresuelta, lejana, casi imposible; morir en ello; evaporarme en el flujo de lo irrevocable; sacar mi rostro de la tranquilidad.
Debe olvidarse esa palabra sin dueño. Gris, vaga, enterrada en el vientre de la no existencia. Como un virgen presagio de soledad y de quimera escondida entre las plumas de un árbol seco. Debe resignarse a renacer constante y dolorosamente. Sólo así trazará grietas en el punto de partida.
Quizá jugarán a la verdad. Vertiginoso impacto en la roca de agua: es el estoicismo casual de lo creado; nato cernícalo de la fragilidad. Alma con escamas, con altura, evocación de barro, llanuras congeladas de infierno y cal.
El ángel volará entre mariposas muertas; entre olas de ceniza y temporalidad. Más antiguo, imperfecto y roto… tanto como la primordial concepción de sí mismo. De aquí que vuelvan las transparencias en la orilla; pasen de largo los mares y las dunas; broten pasiones de un sol horrorizado en falsas ceremonias.
Dos serpientes susurran la eternidad. Le gritan coléricos rasguños a la tentación.

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