
No cesaran, allá donde despierta el mundo,
los clamores que la roca exhala
y la impavidez de los otoñales
campos yermos se vera atiborrada parte
a parte por las culebras del cielo.
Los vientos más fuertes salen
a ver la mudanza de las almas.
Nadie, al que descansa, busca olvidar
por que olvidados no se imaginan
en la postrera, cuando los ojos
sean sellados por dos símbolos
de metal que son lo que al concluir
congela lo que restaba aun tibio.
No cesaran los más viejos llantos,
sea la inmortalidad por medio,
que avivan con su cuchichear
los tímpanos erizados y débiles
de quien espera mirando fijamente
hacia un lugar que nunca ha estado ahí.
Y cuando el silencio suena más
alto que la voz se puede percibir un
ave cayendo eternamente desde algún
lugar infinito que en otros tiempos
pudimos ver.
Llenos de enigmas, hoy, y con manos vacías
Intentamos tantear torpemente el corazón
de la nada.
Todo con el sol emerge y gira.
La salida del sol trae su ruido propio.
Un estertor entre los sonidos del alumbramiento,
difusas voces, llantos, plegarias,
gritos, risas, bebidas tibias y alguna vez
un ruego silenciado por una mano
enorme, pesada y ebria de cólera.
Por eso muchos prefieren abandonar
el sueño cuando la luz ondula en
un punto más alto del mar detenido
allá arriba.
Allá donde nosotros somos los muertos
por estar abajo y donde nuestros muertos
son los cimientos minerales que sostienen el suelo
cual mortero.
Así es como ocurre y se ve la muerte
cuando la carne baja a reunirse con la tierra.
Sean pues de los cuerpos gélidos que
nuestras huellas soportan, estos versos,
como constancia de su inextricable
e impetuosa resistencia al tiempo, que
es el peor de los gusanos y el peor
de los hospederos.
los clamores que la roca exhala
y la impavidez de los otoñales
campos yermos se vera atiborrada parte
a parte por las culebras del cielo.
Los vientos más fuertes salen
a ver la mudanza de las almas.
Nadie, al que descansa, busca olvidar
por que olvidados no se imaginan
en la postrera, cuando los ojos
sean sellados por dos símbolos
de metal que son lo que al concluir
congela lo que restaba aun tibio.
No cesaran los más viejos llantos,
sea la inmortalidad por medio,
que avivan con su cuchichear
los tímpanos erizados y débiles
de quien espera mirando fijamente
hacia un lugar que nunca ha estado ahí.
Y cuando el silencio suena más
alto que la voz se puede percibir un
ave cayendo eternamente desde algún
lugar infinito que en otros tiempos
pudimos ver.
Llenos de enigmas, hoy, y con manos vacías
Intentamos tantear torpemente el corazón
de la nada.
Todo con el sol emerge y gira.
La salida del sol trae su ruido propio.
Un estertor entre los sonidos del alumbramiento,
difusas voces, llantos, plegarias,
gritos, risas, bebidas tibias y alguna vez
un ruego silenciado por una mano
enorme, pesada y ebria de cólera.
Por eso muchos prefieren abandonar
el sueño cuando la luz ondula en
un punto más alto del mar detenido
allá arriba.
Allá donde nosotros somos los muertos
por estar abajo y donde nuestros muertos
son los cimientos minerales que sostienen el suelo
cual mortero.
Así es como ocurre y se ve la muerte
cuando la carne baja a reunirse con la tierra.
Sean pues de los cuerpos gélidos que
nuestras huellas soportan, estos versos,
como constancia de su inextricable
e impetuosa resistencia al tiempo, que
es el peor de los gusanos y el peor
de los hospederos.
Por: G. C. R.
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