Le dije que lo iba a matar.
Habíamos reñido la tarde de ese mismo día, los ánimos se calentaron y nos rompimos la cara. Me asalto un fuerte sentimiento de cólera y lo amenace mientras le picaba el pecho con el índice de la mano izquierda. Sin mas que decir y sin esperar respuesta, me marche dejándolo parado a mitad de la calle con cara de estupido, como desconcertado totalmente, la camisa llena de la sangre de ambos y los puños crispados. Fue un escape triunfal.
Y digo escape, por que seguramente no tardaban en llegar unos camaradas suyos con muy mala fama. Eso si se hubiera puesto feo.
Caminé, pues, al bar de siempre y en el trayecto pensé bastante sobre lo ocurrido. Me sentía fuerte, invencible, macho y un completo idiota para variar. ¿Cómo se me pudo ocurrir decirle tal tontería y precisamente a el? A mi edad ya no se esta para dejar salir así las palabras, como si fuera un adolescente boca suelta. Una cosa era darnos de golpes y otra muy distinta amenazarlo de esa forma. No es bueno meterse con gente tan peligrosa, pero en fin… Lo hecho, hecho esta, me dije. Deje descansar mi mente, puse de lado los pensamientos tan negativos que me taladraban las sienes insistentemente y unos minutos después ya tenia una cerveza, un cigarrillo y el mejor asiento junto a la barra. Solo me quedaba esperar lo más probable e inevitable por cierto. Un par de horas a lo mucho, que semejaban años, siglos, todo el tiempo inventado y tal vez más, en una espera de más repugnante.
Cuando se escuchaban pasos que amenazaban con cruzar la pequeña portezuela blanca del recinto, me estremecía y la sangre me recorría todo, como queriendo brotar del cuerpo. Temía que esas sombras cercanas a la entrada se materializaran de un momento a otro en mi seguro ejecutor. La parca llegaría de repente con botas picudas y sombrero.
La embriaguez que aumentaba a cada trago, al contrario de lo que creí, solo contribuía en tornarme mas paranoico, mas absorto en el problema, concentrado al punto de aislarme completamente del mundo y captar una interminable y repetitiva serie de alucinaciones en el fondo del cristal sucio de mi cerveza.
No sabia que tenia tanto pánico a morir, sin duda me di cuenta de ello y mi espíritu toco fondo. Comencé a arrepentirme en silencio, con algún otro borracho o a grito abierto. Quería expiar toda mi vida entre aquellos inmundos seres tan iguales a mí.
Confié mi pasado y mi presente, llore y me retorcí las manos por varios minutos, llegue al grado de arrancarme el cabello por la desesperacion, deseaba estar muerto en lugar de vivir una espera tan terriblemente larga. Gemía y seguía vaciando tarros de cerveza como un loco.
Ya hasta había planeado como seria todo: El tipo llegaría con sus amigos a matarme, pensé. Y lo haría, no sin antes propinarme una golpiza espantosa, me romperían todos los huesos y me seguirían golpeando hasta vomitar, luego me harían tragarlo. Del cabello y arrastrando me llevarían hasta un automóvil, me subirían a empujones y de ahí conducirían hasta algún llano o terreno baldío para matarme y dejarme tirado como comida para las ratas. Y si les venia en gana, nadie se enteraría del asunto, ni siquiera mis allegados.
Así acabaría todo, en menos de una hora, estaba seguro.
Aquella locura de extrañas invenciones mentales duro un rato. Me estaba calmando y me iba a retirar, tal vez ya nada pasaría, sabían donde encontrarme, siempre estaba en ese bar y sin embargo no habían asomado sus narices por ahí. Iba a levantarme del banco pero algo me detuvo un segundo antes de hacerlo. La puerta se había abierto y era obvio quién acababa de entrar, no tuve siquiera que volverme para saberlo. Era el tiempo, el momento había llegado.
Gire sin pararme y me tope con el rostro que horas antes había golpeado tan efusivamente, no se veía muy mal pero el semblante tan serio lo hacia parecer como recién apaleado.
El y sus tres acompañantes tomaron asiento cerca de mí y con un movimiento de cabeza se hicieron servir un trago. Cuatro copas se vaciaron al mismo tiempo, el ambiente se congelo, un presentimiento flotaba en el aire entre las moscas, los olores de tabaco, sudor y vino y el hedor que salía de las bocas de los ebrios inconcientes en la barra.
De pronto dos palabras atravesaron la densidad de la escena como un cuchillo ligero y mortal:
-Que tal- dijo el tan esperado visitante, mas como soltando un escupitajo que un saludo.
-Que tal- conteste de igual forma.
Aun en ese momento me quedaba un poco de osadía.
-Quiero aclarar lo de esta tarde-dijo mientras jugueteaba con una mitad de limón que había en la barra.
-¿Aclararlo?-dije casi entre dientes.
A quien trataba de engañar, la conversación era una mera formalidad antes de destrozarme hasta el alma. Para que postergarlo.
-Si, aclararlo- contesto-digo, saber que fue lo que me dijiste cuando acabamos de pelear. Estaba bastante aturdido, había demasiado ruido en la calle y solo te veía picarme el pecho pero no logre entender nada. Tal vez quisieras repetírmelo, puede ser que se trate de algo importante. Eh, ¿qué dices?, ya no me interesa la pelea, ni por que paso, solo saber que fue aquello que no pude escuchar.
-Ah, si –fingí inocencia- Pues no recuerdo muy bien, sin duda era cualquier sin sentido de esos que se le escapan a uno cuando esta enojado.
-Eso pensé-dijo, dibujando en su rostro una escueta sonrisa, una mueca como de malvada satisfacción.
El maldito no quería la verdad, seguramente me había escuchado claramente cuando lo amenace. Solo quería imponer su poder ante mi, quería ganar luego de la paliza que le había dado, deseaba humillarme y el sabia que eso era peor que cualquier tortura.
Prostituí mi orgullo y mis convicciones pero salve el pellejo. Solo un imbecil se permitiría morir en manos de semejante alimaña. No era mi último día.
El cantinero nos sirvió un trago, brindamos y todo quedo olvidado.
Por: G. C. R.
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