Protesta abdicada de la lógica: diluido intento, si las soledades,
llanto de la piel, si las brasas del viento.
Se tiene de antemano la insolencia del derrumbe; la cristalización de las barajas;
el ideal fatídico y engañoso de un raro polen: Santo Grial de las pasiones,
un nuevo descomienzo, un retroceso anexo a las impertinencias del oficio.
Y solo un trozo de la luna sosteniendo tantas canciones y tan pocas miradas.
No recrimina el sonido: la falacia de las cuerdas; los dedos que juegan
con el humo y las notas; la humedad que no tiene clave; el sabor de esa luna
lechosa y vil, desmoronada, dispersa en paquetes de plástico; el ratón.
¡No recrimina el son ido!
Se aleja la llamarada de tonos. Es tarde cuando de nuevo hay sombra.
Nulo lucero o luz cero. Oscuridad de voz de cuervo: un dejo de mar pausado;
postre de silencio; dosis exacta de alfombras: albor en los pechos de ave;
cielo inventado por las alas; reflejo de un incendio de pupilas y de arcos.
Es crudo el recordar cuando se encuentran las inmensidades y las escafandras.
Siete tonos desgarrando el remanso de la ilusión; de la estela sin letras;
de la salvedad subyugada en los dioses de piedra; de los dedos que acarician un acorde.
No se llega al final de la catarsis: nacen cambios nuevos; augurios reincidentes;
inflamación de las deidades; suerte de principiante; meollo en uno; alineaciones;
soles de cabeza; hogueras con sabor a sal y a sangre.
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