domingo, 5 de abril de 2009

El paseo

Decidí caminar y salí. Abrí la puerta con más determinación de la que nunca tuviera antes en otra cosa. Di el primer paso fuera del apartamento. Solo escuchaba el débil quejido de la olla con algún extraño caldo, que se desparramaba sobre la estufa, apagando casi la mecha que lo mantenía hirviendo, y los gritos de mi mujer rogando desde la regadera que pusiera en un nivel más bajo el fuego y me sirviera yo mismo la comida. Últimamente ninguno de los dos se daba tiempo para el otro, nos veíamos muy poco y ni hablar de divertirnos un rato por la noche. Su trabajo la tenía absorta y a mí el mío me tenia hastiado. Me hubiera gustado decirle que dejáramos todo eso y que nos fuéramos a recorrer el mundo para vivir como es debido, pero estaba tan entusiasmada con su empleo de fotógrafa para el periódico, que no me atreví. Ya era tarde para pensar en el asunto. Por fortuna, y lo digo por como se fueron dando las cosas, aun no teníamos niños de por medio.
A pesar del amor y todo lo que en mi matrimonio aun continuaba, aunque a duras penas, vigente, no me dolió salir sin decir nada. Al contrario de una duda que me turbaba, me sentí sereno y despabilado. Tanto que al principio me asusté y hasta estuve a punto de regresar sobre mis pasos, bajarle a la mecha, servirme el caldo que seguía desparramándose sobre la estufa, prender el televisor, esperar a que mi mujer se fuera al trabajo y tomarme un trago antes de ir a la fabrica. No fue así. Me tragué la extraña sensación junto con un poco de saliva que se me había acumulado por el ensueño en que estaba envuelto y dejé todo atrás. Dejé que esa vida, últimamente tan vacua, me viera partir por última vez, alejándome con una sonrisa irónica. Ni siquiera cerré la puerta para que todos los muebles de la casa me divisaran riendo a lo lejos y se hicieran a la idea de que ya no habría de estar allí. Para que la cámara de mi mujer que me miraba desde el sillón, me tuviera ante su lente una sola vez más y ya nunca en lo sucesivo.
Era tan libre. Aun no había pensado a donde ir y opte por tomar un trago en un tranquilo bar a unas cuatro cuadras de ahí, mientras se me ocurría algo. Al fin y al cabo no tenia que rendirle cuentas a nadie, ni reportarme a trabajar o preocuparme por la hora. Estaba yo solo y yo era en ese momento lo más importante para mí. Debo admitir que tanta facilidad y sosiego no me eran del todo agradable, pero ya cambiaria la cosa cuando me tocara buscar donde dormir y se me acabara el dinero que llevaba en la cartera. Entonces comenzaría lo bueno. Llevaría mi vida al límite como había soñado por mucho tiempo. Eche a andar y fui calle abajo silbando una melodía que me vino a la mente, habiéndola escuchado cuando joven.
Entré por el par de portezuelas color blanco y tome asiento en una pequeña mesa cerca de la barra. Le pedí un trago al cantinero y lance una mirada rápida al lugar. No había cambiado mucho desde la última vez. Vacié el tequila de un trago y pedí el siguiente. Mientras aguardaba, me llamo la atención un tipo en la barra que se revolvía los cabellos y miraba temeroso de un lado a otro. Sus labios temblaban extrañamente, como si lanzaran frases desarticuladas al espeso aire del bar, y me acomodé a observarlo con la expectativa de que algo interesante pasara.
Durante poco mas de una hora pude notar que vaciábamos nuestras bebidas a un ritmo semejante, solo que el estaba tomando cerveza. También advertí que algo lo tenia bastante afligido. Volteaba mucho a mirar la entrada, como si esperara a alguien o como esperando que ese alguien no llegara.
Un rato después comenzó a entablar fugaces pláticas con los borrachos que tenía más a la mano. De eso, paso a armar todo un barullo gritando los errores de su pasado y pidiéndonos a los presentes que expiáramos sus penas, para poder recibir a la muerte con tranquilidad. Era una locura, seguramente todo acabaría de una forma dramática.
Minutos mas tarde se tranquilizo y tomo asiento de nuevo. Permaneció en total mutismo y tras pedir un trago dejando de lado su tarro de cerveza, se dispuso a pararse y echar mano a la bolsa trasera del pantalón para sacar su billetera. Antes de que perdiera contacto con el banco se escucho el ruido de las puertas de entrada que dieron paso a cuatro tipos con muy mala pinta.
Entraron y fueron directo hacia donde el estaba, acercándose un banco para cada uno. Con un movimiento de cabeza se hicieron servir un trago y las cuatro copas se vaciaron a un tiempo. Uno de los recién llegados emprendió una charla con el escandaloso que apenas se había calmado, conversaron muy poco, pero fue una platica turbia, según pareció. Un silencio intrincado los envolvió y hubo un nuevo movimiento de cabeza, que en esa ocasión indicaba que les llevaran no cuatro, sino cinco tragos. Pague mi cuenta y me fui decepcionado del final del asunto. Yo creía, que iban a golpearlo o hasta matarlo. Todo apuntaba a eso.
En fin -me dije en voz alta. Salí a buscar un lugar donde dormir por que la noche ya caía sobre la ciudad, lenta, pero decidida.
Por la noche estaba hospedado en un viejo hostal de un barrio peligroso al otro extremo de la ciudad. El departamento tenia una recamara con una cama individual, un baño y un pequeño cuarto para cocinar. Había salido a caminar y termine ahí, yo mismo estaba asombrado de que hubiera llegado tan lejos. Ya un par de veces atrás había intentado lo mismo y por la noche volvía a casa con el espíritu vuelto añicos y con el orgullo hasta el piso. Pero aquella vez estaba seguro que era definitivo.
A la mañana siguiente me levante muy de buenas y descansado. Me daba la sensación de haber dormido mucho tiempo y muy cómodo. Así se sentía la plenitud del alma. La tranquilidad que se alcanza solo cuando uno esta cada vez más cerca de las cosas deseadas. Parecía estar en un sueño, hasta probé con eso de darse un pellizco en el brazo y me dolió. Luego pensé en lanzarme por la ventana por que el ardor del pellizco no era suficiente prueba de que aquello era real, pero al ver que era una estupidez lo deje así y busque algo para desayunar.
Improvisé algo que no me quedo muy bien, por cierto. Extrañé las mañanas en que mi esposa me preparaba el almuerzo y siempre sabia lo que yo quería sin que le hubiera dicho nada. Me sacudí de la mente esas ideas y prendí el viejo televisor que había en la recamara. Sintonice el canal de las noticias y le hinque el diente a eso que me había preparado que parecía más bien comida para cerdos por que estaba todo amontonado en el plato.
Comenzaba a aburrirme y me pare de la cama para cambiar de canal, pero una noticia me llamo la atención. Algo que me pareció muy extraño, no por el hecho en sí, sino por la casualidad: Un incendio. Había sido una explosión grande, según lo que comentaban. Antes de que dijeran el número de departamento y el nombre de los dueños como suelen hacer, ya sabía yo que era mi departamento. -La mujer murió calcinada -dijeron- Vecinos dicen que tiene esposo, pero no se ha dado con él. Si esta viendo esto, se le pide que se reporte a que le hagan algunas preguntas.
Escuchaba como una pesadilla, no podía estar pasando. No podía asimilar la facilidad con que la muerte se acerca y arranca algo cercano a nosotros. Algo tan preciado, a pesar de todo. Nunca hubiera deseado eso para ella y sin embargo era mi culpa. Todavía la amaba como un loco. Me sentí muy mal. Además, no se dio cuenta de que la había abandonado. Murió llevándose consigo una buena imagen mía. Yo, una bestia, un animal tan idiota como para no haber apagado una simple mecha antes de partir, cuando pude haberlo hecho. En primera, partir había sido una tontería. Huí de mis problemas en lugar de hablarlos con mi esposa sin medias tintas. Estoy seguro que ella hubiera entendido.
Ya nada tenia sentido, tenia que incorporarme de nuevo a la maquina. Ir a dar mi declaración y regresar a lo cotidiano, ya no tenia chiste vagar por ahí como un errabundo cualquiera que no tiene a nadie mas. Tal vez lo que me excitaba de escapar era que alguien me tenía en su mente mientras yo intentaba alejarme de ella y de todo. Rondando como un vagabundo, lo se, pero como un vagabundo observado todas las noches por una mirada lejana, amorosa y fiel, que lo ultimo que pensaría es que su esposo la había abandonado y siempre tendría en mente la idea de secuestro, asesinato o algo por el estilo.
Fui a declarar, luego le eché un vistazo a lo que quedo del departamento y de los departamentos vecinos que alcanzo el fuego. Entré por esa puerta que había jurado nunca volver a ver y hallé todo destruido por la furia del fuego. Todo despilfarrado en cualquier sitio. Lo único que extrañamente estaba en buenas condiciones, casi intacta, era la cámara de mi esposa. Sin la tapa del lente como solía dejarla ella. Ahí, tirada en el piso y sin dejar de mirarme con su ojo único, levemente cuarteado. Solo aquel extraño cíclope había resistido el desastre. Era como si algo le hubiera protegido al momento en que todo paso.
Salí del departamento sumido en una tristeza terrible y me aleje, cargando con esa pesada mirada en mi espalda que me hacia sentirme más culpable. Esa lente me perdonaba por lo sucedido, a diferencia del resto de los objetos de la casa que si habrían tenido vida, me hubieran hecho añicos. Esa lente en que la pequeña fisura daba la impresión de una lagrima congelada, por siempre, en un ojo.

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