Algo sobre un sueño. La verdad no recuerdo bien, pero Don Carlos se lo tomo muy en serio. No era de extrañarse tanta palabrería y barullo tratándose del panteón viejo. Allí había pasado ya de todo: asesinatos, violaciones, ritos, profanación de tumbas, etc. El caso es que el chisme se regó muy rápido, aunque no causo mucho revuelo. A los ancianos como aquel cascarrabias de Don Carlos se les puede creer solo la mitad de todo lo que dicen, ya varias veces había salido con cosas parecidas y siempre resultaban siendo puras pendejadas.
- Es el sueño más real que he tenido –terminó de hablar y yo lo acompañé con una ligera carcajada producto de la sarta de cosas que me acababa de decir. Al parecer le ponía mas detalles al relato cada vez que lo contaba. -Te lo juro, cabron- remato, al ver que no le creía del todo (mas bien nada) y se quedo refunfuñando mientras me alejaba por la acera contraria al cementerio. Lo deje ahí parado. Permaneció como yo lo encontrara, justo enfrente de la puerta contándole la historia a todo el que pasaba.
Según el, un forastero lo había visitado mientras dormía. Un hombre grande, vestido con una levita café y con un sombrero negro como de charro. El extraño visitante le había alertado que acababan de enterrar a un hombre vivo en el panteón viejo. Don Carlos estaba totalmente seguro que el hombre del que hablaba el tipo del sueño, era Rafa, un carpintero no muy conocido en la colonia atropellado hace un par de días y enterrado el día anterior.
No había forma que el pobre de Rafa aun estuviera vivo. El camión que se lo llevo de corbata iba bastante rápido, según dicen, y bastaba con ver como quedo la bicicleta para imaginar como había quedado este cuate. Además, antes de velar un cuerpo se le prepara llenándolo de no se cuanta cosa para que tarde mas en descomponerse (la verdad no entiendo para que) No se si en este caso haya sido igual. El mismo Don Carlos había estado presente en el entierro que fue, por cierto, la única vez que vi a Rafa vestido de traje. Lo enterraron con un traje negro que le daba un aire como de mesura ante la muerte, zapatos de charol, corbata azul y con un reloj de bolsillo que le había heredado su abuelo pidiéndole como voluntad mortuoria que lo usara hasta el último día de su vida. Recuerdo que Don Carlos se acerco a la viuda mientras se echaban las ultimas palas de tierra y le dijo algo que la turbo un poco. Tal vez alguna condolencia que le hizo recordar como fuese su marido en vida y que ya no volvería a serlo, ya de por si daba pena haberlo visto en el cajón tan joven y tan muerto. Quien sabe, por eso no me gustan los entierros aunque a ese si asistí por que, aunque no conocía muy bien al muerto, siempre me cayó bien.
En fin que tanto se empecino Don Carlos que se decidió sacar el cajón para revisar que tan vivo o que tan muerto estaba el atropellado.
Se llego el domingo y se dio inicio a la tarea de desenterrarlo para que “viejito molesto”, como decían los empleados del cementerio hartos ya de Don Carlos y su tonterías, dejara de molestar. Había hablado como cincuenta veces a la presidencia a exigir que se checara ese asunto, y aquel domingo, cuatro días después del entierro, por fin se pusieron manos a la obra.
Toda la colonia estaba ahí y hasta algunas personas de fuera. Sin expresarlo, cada mirada sobre el ataúd que ascendía lentamente, esperaba ver a Rafa moviéndose o al menos encontrar dentro del cajón algún vestigio de que hubiera forcejeado para salir de allí antes de morir por falta de aire. Por fin el féretro estuvo afuera y con la puerta totalmente abierta. La multitud se abalanzo para echar un vistazo y Don Carlos se abrió paso a empujones exigiendo espacio para ver al joven ya que el era el del sueño y el tenia más derecho de hacerlo. Se inclino dentro del cajón y dijo unas palabras al oído del muerto, se irguió un poco sosteniéndose de su gélido escucha y tomando el reloj del bolsillo del muchacho se irguió completamente.
– Tu esposa me dijo que el dinero que te preste te lo preste a ti y no tenia por que pagármelo, pero con esto estamos a mano. De todas formas ya no lo vas a usar- se sonrió y se fue caminando con su pasito lento y pausado de siempre bajo la atónita mirada de todos los que iban con el fin de presenciar una resurrección o algo por el estilo.
- Pinche viejo cabron- se escucho la voz de la viuda que metida en el montón de gente casi se desmayaba de la indignación. Desde aquel día ya no veo igual a Don Carlos, se gano mi respeto con toda esa farsa que hiló para cobrarse una deuda con sus propias manos y hasta comenzamos a llevarnos bien.
Por: G. C. R.
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